Conrado Menéndez (foto de la familia) |
Adiós al maestro Conrado Menéndez
EDUARDO JOSÉ TELLO SOLÍS
De corta estatura, de andar acompasado, siempre con un libro en la mano doblada sobre el pecho, lo recuerdo con gratitud en sus clases de gramática, cuando la escuela preparatoria de mi juventud escandalizada se encontraba en los salones del Edificio Central de la Universidad de Yucatán.
Conrado Menéndez Díaz fue un pilar de la intelectualidad en nuestro medio. Políglota, fue sinodal y maestro de Francés, cuando Monsieur Godart, a través de su texto, nos iniciaba en la lengua de Víctor Hugo. Con la modestia por fiel compañera su trabajo editorial se enriquece durante más de cuarenta años, al intervenir en la edición de la Revista de la Universidad, desde los tiempos que se llamó Orbe. En la docencia, escribió sus mejores crónicas ajeno a posturas triunfalista. De hablar claro y conciso, sin retórica, hacía gala de gran cultura. Más de un rector leyó trabajos de Conradito en el quehacer cívico y social de las autoridades universitarias. Sus conocimientos oratorios los plasmó en un Manual de Oratoria que actualmente sirve de texto en la Escuela de Derecho, de la cual también fue maestro. Conrado Menéndez Díaz forma parte de un grupo de profesores que representan la columna vertebral de la docencia universitaria, en muchos años siempre dispuesto a las letras, incansablemente, produce cuartillas y cuartillas sobre diversos temas en los que apuntaba su buen manejo del idioma, clásico fundamentalmente gramático, fruto de su experiencia en el aula precisamente en la Enseñanza de la Preceptiva.
Su trabajo no trascendía, era callado, insustituible y batallador de incansables jornadas, todas ellas con fuerte olor a tinta y papel. Jamás acaparó premios, ni disfrutó de prebendas, las medallas que recibió fueron estímulos para su labor, que lo animaban a seguir adelante; nunca instrumentos de explotación o de canonjías, a pesar que estuvo cerca de gobernantes y desempeñó puestos de relevancia política.
En el desempeño de su misión docente, en el simple cumplimiento del deber, en su compromiso intelectual personal que lo mantuvo siempre en constante contacto con las fuentes del saber, en eso estriba su máxima virtud, su respuesta positiva al trabajo ordinario. Desde esta tribuna editorial con el agradecimiento del discípulo elevo el pensamiento al más allá, adonde todos vamos, en honor de UN MAESTRO.